Acostado
estoy a mis anchas en su cama fresca,
como
a la intemperie; la franca luz
de
la extendida fiesta
hace
todo más sucio y conveniente
para
la perseverancia y el ímpetu del culo
y
esa diligencia de ponerse el cuerno a uno
mismo.
Está encuerada
y
se agacha en cuclillas en mi cara
para
que se la chupe, porque ayer tuve juicio
y
esa es su manera —su mejor servicio—
de
ofrecerme su regia recompensa.
Dije
regia pero debí decir divina:
sublime
carne, sus nalgas,
fuerte
y pura curvatura, piel provechosa,
estrías
de azur, blanca y copiosa,
lenta,
regordeta, la raja rosa oscura
de
perfume afrodisiaco murmura
¡qué
rico bizcochito!
Último
y placentero postre de la cómica panocha,
delirio
de mi lengua que toca su fisura
como
arpa y lira, y sus nalgas todavía,
como
una luna menguante,
misteriosa
y exultante,
¡adonde
quiero llevar mis sueños de poeta,
y
mi corazón cogelón y mis sueños de esteta!
Además,
mi amante, o mejor, mi amo al que en silencio
obedezco,
está sobre mí en su trono sentada,
y
soy su caudatario perplejo.
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