Por un perfecto círculo, o mejor,
por un óvalo imperfecto
está mirando Dios, al monstruo. Un millón
de caras, manos y uñas en conjunto.
En el fondo una cama larga y muda;
una vulgar cobija y una almohada.
La pezuña del monstruo perfora el pavimento,
y alguien rompe a llorar.
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