El caracol en su museo
lleva puesta a su madre todo el día,
esconde su trasero
como si fuera fruta podrida.
No desea el beso.
No desea la radio.
No desea instrucciones para ir a París.
Desea tenderse en su frágil umbral,
rascándose la espalda todo el día.
Todo esto está muy bien
hasta que llegan manos como azadas
para llevarlo a la cocina.
Conservan su casa.
Se tragan el resto.
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