Te
decía en la carta
que
juntar cuatro versos
no
era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado
en el bolsillo,
y
otras cosas más o menos serias
como
dándote a entender
que
desde antiguamente soy tu cómplice
cuando
bajas a los arsenales de la noche
y
pones toda tu alma
y
la respiración
perfectamente
controlada,
por
mantener en pie tus rebeliones
tus
milicias secretas
a
costa de ese tiempo perdido
en
comerte las uñas, en mantener a raya
tus
palpitaciones,
en
golpearte el pecho por los malos sueños,
y
no sé cuántas cosas más
que,
francamente, te gastan la salud
cuando
en el fondo
sabes
que estoy contigo
aunque
no te vea
ni
tome desayuno en tu mesa
ni
mi cabeza amanezca en tu pecho
como
un niño con frío,
y
eso no necesita escribirse.
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