Ilustración William Cash.
Contigo
-cómprendenos- hemos querido realizar un sueño.
Tu
piel refinada es vía sosegante a nuestra mano.
Tus
muslos de muchacho protegen del diario invierno.
La
hermosura de tu perfil (¿quién no habló de tu exacta cabeza?)
nos
recuerda en su tacto que una vez el ideal magnífico…
Sí,
traes los colores de ciertos remotos días del colegio,
pero
también la quimera de noches leyendo del amor perfecto.
Todos
los rostros que pasaron sin detenerse -ahora-
se
centran en la belleza frágil de tu tenue cintura.
Quien
te fotografía desnudo, quien adora tu sonrisa leve,
quien
te adorna para marchitas cenas que no entiendes
y
al fin, en lo oscuro, profiere delicadas palabras y caricias.
Todos
visten de ti lo que nunca tuvieron y marchitó la lluvia…
Eres
imagen que el deseo tatuó hace años,
y
si apenas te vemos es que la perfección te oculta.
¿Quién
eres? Usa cada cual su nombre favorito.
Tu
nombre -como tú- los obsequia complaciente una noche.
Y
ni tu nítida sonrisa hablándole a tus ojos
sirve
a desbaratar la irrealidad del sueño.
Perdona
que te demos lo que pides.
Perdona
tu inmaculado tránsito por la árida belleza.
Perdona
que no preguntemos por tus padres
ni
por aquel amigo que tuviste en el campo,
perdona
que tu eximia hermosura gracilínea
la
cubramos de absurdos restos,
clámides
y utillaje de retórico anhelo…
Perdónanos
no verte. Tú no eres tú.
Eres
lo que buscamos todos.
La
juventud gentil mecida por la vida,
El
puro amado coronado de hiedra.
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