Una
verdad me sigue por la calle.
Casi
roza su sombra con la mía.
Oigo
cómo se enreda
entre
las buganvillas, cómo gime
implorando
el abrazo de las tapias
hasta
caer inerte sobre el suelo.
Dios
mío, si es posible,
pase
de mí su rostro,
este
encuentro con ella a vida o muerte,
la
tristeza tan larga que me augura.
La
calle se hace ahora más estrecha,
más
húmeda y extraña. Continúan
goteando
su livor las buganvillas.
Vuelvo
la vista atrás. Allí está ella,
erigida
en el tiempo, modelada
por
caricias. La miro.
Es
sólo mi reverso.
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