Y
vosotros, Mares, que leíais en más vastos sueños, ¿nos abandonaréis una noche a
los rostros de la Ciudad, entre la piedra pública y los pámpanos de bronce?
Más
grande, oh muchedumbre, es nuestra audiencia en esta vertiente de una edad sin
ocaso: el Mar, inmenso y verde corno una aurora en el oriente de los hombres,
El
Mar en fiesta sobre sus gradas como una oda de piedra: vigilia y fiesta en
nuestras fronteras, murmullo y fiesta a la altura de los hombres -el Mar mismo
nuestra vigilia, corno una promulgación divina…
El
olor fúnebre de la rosa no ha de cercar ya las rejas de la tumba; la hora viva
en las palmeras no ha de encubrir ya su alma de extranjera… Nuestros labios de
vivientes, ¿fueron amargos alguna vez?
He
visto sonreír en las hogueras de alta mar la inmensa cosa en feria: el Mar en
fiesta de nuestros sueños, como una Pascua de heno verde y como fiesta que se
santifica,
Todo
el Mar en fiesta de confines, bajo su halconera de nubes blancas, como dominio
de franquicia y como tierra de manos muertas, como provincia de mala hierba que
hubiese sido jugada a los dados…
¡Inunda,
oh brisa, mi nacimiento! ¡Y que mis auspicios
se
marchen al circo de más vastas pupilas!… Las azagayas del Mediodía vibran a las
puertas del júbilo. Los tambores de la nada se rinden ante los pífanos de la
luz. ¡Y el Océano, aplastando de una parte a otra su carga de rosas muertas,
Sobre
nuestras terrazas de calcio levanta su cabeza de Tetrarca!
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