La
eternidad por fin comienza un lunes
y
el día siguiente apenas tiene nombre
y
el otro es el oscuro, al abolido.
Y
en él se apagan todos los murmullos
y
aquel rostro qua amábamos se esfuma
y
en vano es ya la espera, nadie viene.
La
eternidad ignora las costumbres,
le
da lo mismo rojo que azul tierno,
se
inclina al gris, al humo, a la ceniza.
Nombre
y fecha tú grabas en un mármol,
los
roza displicente con el hombro,
ni
un montoncillo de amargura deja.
Y
sin embargo, ves, me aferro al lunes
y
al día siguiente doy el nombre tuyo
y
con la punta del cigarro escribo
en
plena oscuridad: aquí he vivido.
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