Lame,
arena, su cuello, y ciñe fría
su
adormecido seno en ti yacente,
que
luego iré a besar esa serpiente
de
tu lengua, que el viento desvaría.
Hiere
mansa esa flor de la bahía
que
asume su mejilla húmedamente,
y
ciega esa callada boca ardiente
que
no quiere besar la boca mía.
Roza
luego su vientre, y la dorada
piel
besa de su cálida cintura,
y
allí en su centro queda enamorada.
Que
ya te templará la calentura
otra
flor de mi huerto bien rociada,
si
tu lengua se quema en su espesura.
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